Entradas populares

domingo, 16 de octubre de 2011

LAS RUINAS CIRCULARES ( Borges, Jorge Luís: Ficciones. EMECÉ Editores, 23ª Edición. Bs.As. Argentina, 1975)

LAS RUINAS CIRCULARES


And if he left off dreaming about you...
Through the Looking-Glass, IV

    Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna .vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.
El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los labradores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.
   Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.
  A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una. tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día. la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.
  Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso: y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.
Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.
En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.
El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Intima-mente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo, eso había acontecido. . . En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más rara-mente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.
  Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer —y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanquean río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.
Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.
El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio con-céntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.



martes, 4 de octubre de 2011

Comunicación, ética y responsabilidad en los medios de comunicación masiva

Comunicación, ética y responsabilidad
en los medios de comunicación masiva

Jesús Morales

En nuestras sociedades modernas, lo que en el pasado representaron las plazas, públicas a la hora de debatir acerca de temas concernientes a la comunidad, hoy lo representan los medios de comunicación. De ahí que se habla de que los medios se han convertido hoy en día en las tribunas mediáticas para discurrir sobre cuestiones que acontecen en nuestras comunidades, en nuestros países o que quizás tengan repercusiones a nivel mundial. Ante esta situación, la presencia de los medios es determinante, ya que como es sabido, los medios de información o de comunicación no son inocuos, y que si bien, representan para muchos un especie de ventana al mundo, como fuente imprescindible de información, también son agentes sociales, capaces de influir en la cultura de las personas ( en sus opiniones, gustos, actitudes e, incluso su estilo de vida, en su manera de verse a sí mismos y en su manera de ver el mundo). Ese carácter social que tienen los medios requiere que constantemente se haga un análisis ético acerca del uso que se les da.
Recordemos que, aunque se debe hablar separadamente del proceso de comunicación y del uso que se le da a los medios de comunicación, hablar de la cuestión ética de esta combinación resulta algo casi inseparable.
En las sociedades de hoy en día, hablar de comunicación conlleva a hablar de medios de comunicación. Y para ello tenemos que tener presente que hablar de los medios requiere, como ya dijimos antes, hablar del aspecto ético, no sólo de parte de quienes tienen en mayor o menor grado una responsabilidad en un medio de comunicación específico (Impreso, visual o sonoro), es decir, los profesionales del área, quienes llevan el mensaje, pero esto resulta más complejo, ya que involucra a quienes administran dichos medios o quienes los controlan y determinan la organización, la estructura, las políticas y los contenidos emitidos a través de dichos medios. Situación que incluye por demás a funcionarios públicos y ejecutivos de empresas, miembros de consejos de administración, propietarios, editores y gerentes de emisoras, directores, jefes de redacción, productores, escritores, corresponsales y demás personal técnico que, en su conjunto, le dan vida a esa estructura u organización .
He aquí que para todos estas personas, cuyos roles describimos anteriormente, la cuestión ética es determinante, porque de allí devenga el uso que se le da a los medios de comunicación social, si se usan para el bien o para el mal. Ahora bien, ¿Cómo se da esta situación?
Hablar de medios masivos de comunicación y del uso que se les da en la actualidad, obliga necesariamente, a hablar de educación; hoy día es innegable la presencia que los medios masivos ejercen en las audiencias, sobre todo en las más jóvenes, que se ven cada vez mas influenciadas por lo atractivos, llamativos e interesantes que resultan en ocasiones las informaciones o contenidos que se les presentan a través de los medios. Estos, por su gran influencia, ofrecen a niños y jóvenes una especie de educación que podríamos llamar informal que incluso, en ocasiones consideran más llamativa e interesante que la educación obtenida en la escuela.
Hoy en día, los medios inciden más que nunca en la educación de las nuevas generaciones, moldean gustos y tendencias en públicos de todas las edades e incluso influyen en la manera como el individuo se relaciona consigo mismo, con sus semejantes y a su vez, con el mundo que les rodea.
Mucho se ha hablado de la modernización en todos los aspectos de la vida y particularmente a través de la tecnología. Pensar que “evolucionamos” como seres humanos a partir del uso de tecnologías cada vez más sofisticadas, resulta algo que aparte de ingenuo, es falso, “pues la tecnología no es en sí misma una opción de modernidad, de verdades indiscutibles” (De Oliveira Soares Ismar. “La gestión de la comunicación educativa”. Revista Latinoamericana de Comunicación “Chasqui”. No. 58) y mucho menos de una perspectiva humanista. Recordemos que durante el proceso de comunicación en el que están presentes los medios, debe haber un ser humano al comienzo y al final de dicho proceso, es decir, un ser humano que codifique el mensaje y otro que lo decodifique o lo reciba; el medio es tan solo un aparato que como tal, media el proceso o relación entre estos dos seres humanos.
Cuando se da esa relación, ese proceso, empiezan a aparecer elementos a los cuales le damos significado o importancia, es por ello que valoramos personas, ideas, actividades u objetos, según el significado que tienen para nuestra vida; aparecen pues los valores o las virtudes, que no son otra cosa que las normas de conducta y actitudes según las cuales nos comportamos y que están de acuerdo con aquello que consideramos correcto; es decir que de cierta forma regulan mi relación con las demás personas. Los valores o las virtudes no son solo conceptos que aprendemos oralmente o a través de lecturas, tienen necesariamente que llevarse a la práctica.
Sin embargo, el criterio con el que ejercemos o llevamos a la práctica esos valores o esas virtudes varía en el tiempo, a lo largo de la historia; podría depender de lo que una persona dentro de un contexto determinado asuma como sus valores. Aquí empiezan a jugar un papel preponderante las instituciones u organizaciones, que durante ese proceso, permiten que sus integrantes interactúen de manera armónica, influyen en su formación y desarrollo como personas, facilitando el alcanzar objetivos comunes que no serían posibles de manera individual. Allí comienzan a establecerse vínculos, tales como: La solidaridad con el prójimo, la superación de la soledad, la vida armoniosa en comunidad, la búsqueda del bienestar común, entre otros vínculos. Dentro de estas instituciones hoy en día están presentes los medios de comunicación que, como dijimos anteriormente, desempeñan el papel de tribunas mediáticas para discurrir sobre cuestiones que acontecen en nuestras comunidades, o en nuestros países.
Entonces bien, siendo la comunicación un proceso donde debe haber un ser humano al comienzo y al final, pero que, aun estando retirado de las grandes urbes, ese ser humano o individuo no está solo, pertenece a una comunidad, y dentro de esa comunidad deben existir normas compartidas que orienten el comportamiento de sus integrantes. De lo contrario, la comunidad no logra funcionar de manera satisfactoria para la mayoría. He allí que, hoy día, siendo los medios de comunicación elementos determinantes en la manera como el individuo se relaciona consigo mismo, con sus semejantes y a su vez, con el mundo que les rodea, quienes tienen acceso a los medios de comunicación, a través de la información que perciben a través de esos medios, pueden ver fortalecidos o disminuidos sus valores, gracias a la información recibida. Ese individuo puede ver aumentar su empatía y su solidaridad con su prójimo o puede encerrarse, alienado, en un mundo narcisista y aislado de sus seres más próximos.
Por ello es que la ética es fundamental a la hora de abordar un rol o ejercer una responsabilidad frente a un medio de comunicación masiva. De ahí que se hable de La deontología profesional periodística, que no es otra cosa que ese conjunto de normas que regula la actividad periodística, lo cual involucra tanto la moral como las leyes. Concretamente, podríamos decir que La deontología profesional periodística es el conjunto de normas específicas de la profesión que regulan la conciencia profesional de un informador. Están basadas en dos principios básicos: la responsabilidad social y la veracidad informativa. Aquí está contemplado el código de ética del ejercicio periodístico que cada país tiene, de acurdo a la carta magna por la que se rige ese país.
Debido pues a que los medios masivos de comunicación en la sociedad de hoy juegan un papel determinante e influyente como formadores culturales, recordemos que determinan en gran medida nuestras ideas, hábitos y costumbres, y además contribuyen en gran parte a fijar nuestras percepciones, nuestras formas de pensar dentro de nuestra sociedad; los medios contribuyen a establecer la agenda de los asuntos políticos, sociales y económicos que se discuten; pueden servir para crear o a destruir la reputación de una organización, persona o grupo de personas; y también proporcionan información y elementos para que la persona o el público construyan, formen sus opiniones y las difundan. Todo este proceso debe ser examinado con un ojo no solamente crítico, sino también ético por las personas que forman parte de ese proceso de comunicación. Recordemos que los principios y las normas éticas importantes en otros campos se aplican también a la comunicación social, y que, el principio ético fundamental consiste en que la persona humana debe ser respetada en su integridad, además, se debe tomar en cuenta que el hecho de que un individuo o persona busque para sí la realización u obtención de un bien, esta búsqueda o realización de ese bien individual, no puede ni debe realizarse jamás, independientemente del bien común. En relación a esto y para concluir, exponemos un extracto de la exposición de motivos del código de ética del periodista venezolano:
El periodista concibe la libertad de información como un factor de la elevación espiritual, moral y material del hombre. En consecuencia, debe denunciar como fraudulento invocar este principio para justificar intereses mercantiles o sensacionalistas o para convalidar tergiversaciones del mensaje informativo.
Esa libertad estará mejor salvaguardada cuando los periodistas se esfuercen por mantener el sentido más elevado de su responsabilidad profesional, conscientes de su obligación de informar oportuna y verazmente y de buscar siempre la verdad en las explicaciones e interpretaciones de los hechos.
No obstante, estamos conscientes de que una conducta profesional, ajustada a los lineamientos éticos, no es suficiente garantía de una información honesta y veraz. Se hace necesario establecer, por esto, responsabilidades de los propietarios de los medios de comunicación, quienes con frecuencia guían su conducta en busca de objetivos materiales antes que en la prestación de un servicio público(…)

lunes, 3 de octubre de 2011

Necesidad de aclarar algunas acepciones y errores cuando hablamos de comunicación (Antes de entrar en materia)

Necesidad de aclarar algunas acepciones y errores cuando hablamos de comunicación
(Antes de entrar en materia)

Jesús Morales

Cuando empezamos a dedicarle tiempo y estudio al tema de la comunicación, paradójicamente, encontramos que algunos autores especializados, al mismo tiempo que nos hablan de la comunicación como proceso netamente humano (y de las subdisciplinas que tiene tal campo (que incluyen teoría de la información, la comunicación interpersonal, marketing, publicidad, propaganda, relaciones públicas, análisis del discurso, el periodismo y las telecomunicaciones), ocasionalmente se suelen considerar o definir la comunicación como el intercambio de información entre dos objetos conectados. Pongamos como ejemplo la conexión entre un aparato cualquiera y la conexión que provee de energía para que dicho aparato entre en funcionamiento.
No en balde, la palabra comunicación se usa también en el sentido de transporte (por ejemplo, cuando se habla de la comunicación entre dos ciudades en tren). Este tipo de expresiones crea confusión y requiere pues, de un análisis y de una revisión.
Hoy por hoy se hace necesario repasar o revisar el concepto que tenemos de comunicación, más allá de los medios empleados y tecnicismos que a veces están presentes en ese proceso, que más que aclararnos nuestras dudas, aumenten nuestra confusión.
Si bien, es cierto que el estudio o el análisis del proceso de comunicación incluye otros campos de estudio, como por ejemplo, las telecomunicaciones, las diferentes ramas de las ciencias sociales, biología, el periodismo, las relaciones públicas, la publicidad, el uso de los medios audiovisuales e impresos, es necesario como dijimos anteriormente, revisar este concepto que manejamos.
La comunicación humana es un proceso que necesariamente implica el intercambio de mensajes de una manera recíproca, donde el emisor puede convertirse en receptor y viceversa. Erróneamente empleamos de igual manera conceptos distintos como lo son comunicación e información, siendo necesario abordar cada uno de estos conceptos de manera separada, como las concepciones distintas que estos términos implican.
Luego de definir separadamente los términos Comunicación e información, hay que abordar de una manera más o menos simplificada el proceso de comunicación como tal y los elementos que lo conforman para luego hablar de los Medios de Comunicación como aparatos, y he allí otro de los errores que frecuentemente se siguen cometiendo a la hora de hablar de comunicación. Recordemos lo que el filósofo Venezolano Antonio Pasquali dice al respecto:
La Comunicación no debe comprenderse, pues, por el simple hecho de que el teléfono y las computadoras, la gran industria radioeléctrica o las comunicaciones espaciales, hayan "creado" un problema de comunicaciones antes inexistente, sino porque el avance tecnológico y la universal difusión cuantitativa de los medios han problematizado(…)
Es por ello que, una vez aclarado esto, es cuando podemos entonces avocarnos a abordar el tema de la comunicación desde el punto de vista histórico- tecnológico, así como analizar las relaciones extra-tecnológicas que tiene el estudio de la comunicación con la sociología, la cultura, la política, las relaciones de poder, con la economía, la psicología y otras disciplinas o ciencias. Haciendo esto podríamos hablar luego, de las aplicaciones mayores que tiene el proceso de comunicación, como vendría a ser el estudio de la semiótica entendiendo esta como la “ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social” ( F. de Saussure, 1970: 60) pero esto quizás abarcaría ámbitos de mayor complejidad para nuestra materia.
No obstante teniendo en cuenta la necesidad de aclarar estas acepciones y errores a la hora de hablar del concepto y el proceso comunicación como tal, habiendo despejados nuestras dudas al respecto, es que podemos entrar en materia.