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martes, 11 de enero de 2011

LA PALABRA IMPRESA

LA PALABRA IMPRESA
ARQUITECTO DEL NACIONALISMO ([1])
—Se dará usted cuenta, señora —dijo el doctor Johnson con una sonrisa de pugilista—, que soy muy bien educado, de una escrupulosidad innecesaria.
Cualquiera que fuese el grado de conformismo que el doctor hubiese logrado con el nuevo énfasis de su época en la meticulosidad de la camisa almidonada, se daba perfectamente cuenta de una demanda social cada vez mayor por lo que respecta a presentabilidad visual.
La impresión con tipos móviles fue la primera mecanización de un oficio complicado y pasó a ser el arquetipo de toda mecanización subsiguiente. Desde Rabelais y Tomás Moro hasta Mili y Morris, la explosión tipográfica prolongó la mente y la voz del hombre para reconstituir a escala mundial el diálogo humano, tendiendo un puente entre las edades, ya que viéndola simplemente como una acumulación de información o un medio nuevo para la rápida entrega de conocimientos, la tipografía puso fin, síquica y socialmente, al parroquialismo y al tribalismo en el espacio y en el tiempo. A decir verdad, los dos primeros siglos de imprenta con tipos movibles estuvieron mucho más motivados por el deseo de ver libros antiguos y medievales que por la necesidad de leer y escribir otros nuevos. Hasta el año 1700 más de la mitad de todos los libros impresos eran obras antiguas o medievales. No sólo la antigüedad, sino también la Edad Media, fueron ofrecidas al público lector de la palabra impresa. Y los textos medievales gozaron de la mayor popularidad.
Al igual que cualquier otra prolongación del hombre la tipografía tuvo consecuencias materiales y sociales que desplazaron súbitamente las anteriores fronteras y pautas culturales. Al fundir el mundo antiguo con el mundo medieval (o, tal como algunos dirían, al confundirlos) el libro impreso creó un tercer mundo, el mundo moderno, que ahora tropieza con una nueva tecnología eléctrica o una nueva prolongación del hombre. Los medios eléctricos para mover la información están cambiando nuestra cultura tipográfica tan radicalmente como lo impreso modificó el manuscrito medieval y la cultura escolástica.
Hace poco Beatrice Warde describía, en Alphabet, una exhibición eléctrica de letras pintadas con luz. Era un anuncio cinematográfico de Norman McLaren, del que dicha escritora se pregunta:
¿Les extrañará que esa noche llegara tarde al teatro si les digo que vi dos aes egipcias con patines[2] paseándose del brazo con el inconfundible contoneo de una pareja de cómicos de Music-Hall? Vi las patas de base puestas como si fuesen zapatillas de ballet en tal forma que las letras desfilaban literalmente "de puntillas". . . Después de catorce siglos de alfabeto necesariamente estático, vi lo que sus miembros podían hacer en la cuarta dimensión del tiempo: "fluir", moverse. Puede muy bien decirse que me sentí electrizada.
Nada podía estar más alejado de la cultura tipográfica que su "lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar".
La señora Warde ha pasado la vida dedicándose al estudio de la tipografía y muestra un tacto seguro en su asombrada respuesta a letras que no están impresas sino pintadas con luz. Tal vez bajo el impulso de la velocidad instantánea de la electricidad la explosión que comenzó con las letras fonéticas (los "dientes del dragón" que sembró el rey Cadmo) se invierta para hacerse "implosión". El alfabeto (y sus prolongaciones en la tipografía) hizo posible la difusión del poder que es el saber y rompió las ligaduras del hombre tribal, haciéndole así estallar en una aglomeración de individuos. La escritura eléctrica y la velocidad vierten sobre él, instantánea y continuamente, las preocupaciones de todos los demás hombres. Una vez más se hace tribal, la familia humana es de nuevo una tribu.
Todo estudioso de la historia social del libro impreso se siente probablemente intrigado por la falta de comprensión de los efectos síquicos y sociales de la imprenta. Son muy escasos los comentarios explícitos y la conciencia de los efectos que surte lo impreso en la sensibilidad humana, efectos que se han manifestado durante cinco siglos. Pero esta misma observación podría hacerse respecto a todas las prolongaciones del hombre, ya sean el vestido o la computadora electrónica. Toda prolongación parece ser ampliación de un órgano, un sentido o una función que inspira al sistema nervioso central un gesto auto-protector de embotamiento del área ampliada al menos en lo que respecta a la inspección directa y al conocimiento. El comentario indirecto acerca de los efectos que ha surtido el libro impreso se encuentra extensamente en las obras de Rabelais, Cervantes, Montaigne, Swift, Pope y Joyce. Todos ellos utilizaron la tipografía para crear nuevas formas de arte.
Materialmente el libro impreso, prolongación de la facultad visual, intensificó la perspectiva y el punto de vista fijo. Asociada al énfasis visual en el punto de vista y el punto de fuga que proporcionan la ilusión de la perspectiva, se produce otra ilusión: la de un espacio visual, uniforme y continuo. La precisión de la linealidad y la uniformidad del arreglo de los tipos móviles son inseparables de estas grandes formas e innovaciones culturales de la experiencia renacentista. La nueva intensidad del énfasis visual y del punto de vista particular durante el primer siglo de la imprenta se unieron a los medios de autoexpresión que la prolongación tipográfica del hombre hizo posibles.
Socialmente la prolongación tipográfica del hombre trajo consigo el nacionalismo, el industrialismo, los mercados en masa y la alfabetización y educación universales, puesto que lo impreso presentó una imagen de precisión repetible inspiradora de formas totalmente nuevas para prolongar las energías sociales. La imprenta liberó grandes energías síquicas y sociales durante el Renacimiento, tal como lo hace hoy en Japón o en Rusia al desprender al individuo del grupo tradicional mientras proporciona un modelo de cómo sumar un individuo a otro en una masiva aglomeración de poder. Este mismo espíritu de empresa privada, que dio a autores y artistas la osadía con que cultivaron la autoexpresión, llevó a otros hombres a crear corporaciones gigantescas tanto militares como comerciales.
Quizá el más significativo de los dones que la tipografía ha dado al hombre es el desinterés y la exclusión: el poder de actuar sin reaccionar. A partir del Renacimiento, la ciencia ha exaltado este don que llegó a ser un obstáculo en la era eléctrica, donde todas las personas están siempre implicadas en todas las demás. La misma palabra "desinteresado", que ex-presa el desprendimiento más altivo y la integridad ética del hombre tipográfico, amplió su significado en el curso de la última década: "Nada podía importarle menos". La misma integridad que indica la expresión "desinteresado" como señal distintiva del temperamento científico y docto de una sociedad letrada e ilustrada, está siendo ahora cada vez más repudiado en cuanto puede significar "especialización" y fragmentación del saber y la sensibilidad. El poder fragmentador y analítico que la palabra impresa ejerce en nuestra vida síquica nos produce la "disociación de la sensibilidad" que, a partir de Cézanne y Baudelaire, ha gozado en las artes y la literatura de una alta prioridad para su eliminación de cualquier programa de reforma de gustos y el saber. En la "implosión" de la era eléctrica la separación entre pensamiento y sentimiento ha llegado a parecer tan extraña como la departamentalización del saber en las escuelas y universidades. Sin embargo, fue precisamente el poder de separar el pensamiento y el sentimiento, de ser capaz de acción sin reacción lo que desprendió al hombre letrado del mundo tribal, con sus lazos familiares en la vida privada y social.
La tipografía no fue añadida al arte escritural tal como el automóvil no lo fue al caballo. La imprenta tuvo, en sus primeras décadas, su fase de "coche sin caballos" cuando se concibió y aplicó erróneamente y cuando no tenía nada raro que el comprador de un libro impreso lo llevara a un amanuense para copiarlo e ilustrarlo. A comienzos del siglo XVIII los "libros de texto" eran clasificados así: "De autor clásico escrito por los estudiantes dejando lugar para la interpretación que dicte el maestro, la que podrá insertarse entre líneas" (Oxford English Dictionary). Antes de la imprenta en las aulas de las escuelas y universidades, la mayor parte del tiempo se iba haciendo estos textos. El aula tendía a ser un scriptorium comentado. El estudiante era un redactor-editor. Por esto mismo el mercado de libros era un mercado de segunda mano con artículos relativamente escasos. La imprenta cambió por igual el proceso de aprender y el de la mercadotecnia. El libro fue la primera máquina de enseñanza y también la primera mercancía producida en serie. Al ampliar y prolongar la palabra escrita, la tipografía puso al descubierto y divulgó ampliamente la estructura de la escritura. Hoy en día, con el cine y la aceleración-eléctrica del movimiento de la información, la estructura formal de la palabra impresa, así como de los mecanismos en general, se destaca como un tronco que la resaca ha arrojado en la playa. Un medio nuevo no es jamás un añadido a un medio viejo. Ni tampoco deja en paz al viejo. Jamás deja de oprimir a los medios más viejos, hasta que encuentra nuevas formas y posiciones para ellos. La cultura manuscrita había sostenido un procedimiento oral de educación que en sus niveles más altos se llamó "escolástico"; pero, al enfrentar el mismo texto a cualquier número de estudiantes o lectores, la imprenta puso fin al régimen escolástico de discusión oral. La imprenta proporcionó una vasta y nueva memoria para los escritores pretéritos, haciendo inadecuada la memoria personal.
Margaret Mead ha dado cuenta de que, cuando llevó varios ejemplares del mismo libro a una isla del Pacífico hubo gran emoción. Los indígenas habían visto libros pero solamente un ejemplar de cada uno, por lo que habían supuesto que cada libro era único. Su asombro ante el carácter idéntico de varios libros fue una respuesta natural a lo que, al fin de cuentas, es el aspecto más mágico y poderoso de la imprenta y la producción en serie que implica un principio de prolongación por homogeneización y la clave para la comprensión del poderío occidental. La sociedad abierta es abierta en virtud de un tratamiento educativo tipográfico que permite la expansión indefinida de cualquier grupo valiéndose de medios que se suman. El libro impreso, basado en la uniformidad y repetibilidac1 tipográficas en el orden visual, fue la primera máquina maestra, del mismo modo que la tipografía fue la primera mecanización de un oficio. Sin embargo y a pesar de la extrema fragmentación o especialización de la acción humana necesaria para alcanzar la palabra impresa, el libro impreso representa un rico producto compuesto de los inventos culturales anteriores. El esfuerzo total queda encarnado en el libro ilustrado impreso, brindando un ejemplo notable de la variedad de actos aislados de invención que son necesarios para obtener un nuevo resuItado tecnológico.
Las consecuencias síquicas y sociales de la imprenta incluyeron una prolongación de su carácter fusionable y uniforme hasta llegar a la homogeneización de diversas regiones con la consiguiente ampliación de poderío, energía y agresión que asociamos a los nuevos nacionalismos. Síquicamente la prolongación visual y amplificación del individuo causadas por la imprenta surtió muchos efectos. Quizá tan impresionante como cualquier otro sea el que menciona el señor E. M. Forster al hablar de algunos tipos del Renacimiento, sugiriendo que: "La prensa de imprimir, que entonces sólo tenía un siglo, se tomó equivocadamente como una máquina de inmortalidad y los hombres precipitáronse a sacrificarle obras y pasiones en beneficio de los tiempos por venir". La gente comenzó a actuar como si la inmortalidad fuese algo inherente a la mágica repetibilidad y a las prolongaciones del libro impreso.
Otro aspecto significativo de la uniformidad y repetibilidad de la página impresa fue la presión que ejerció a favor de una ortografía, una sintaxis y una pronunciación "correctas". Fueron aún más notables los efectos que la imprenta surtió en cuanto a separar la poesía de la canción, la prosa de la oratoria y el habla popular del habla educada. En cuanto a la poesía, puesto que podía ser leída sin ser escuchada, los instrumentos musicales también podían tocarse sin acompañamiento de verso alguno. La música apartóse de la palabra hablada para convergir de nuevo en ella con Bartok y Schoenberg.
Con la tipografía el proceso de separación (o explosión) de las funciones siguió adelante rápidamente en todos los niveles y todas las esferas. En ningún lugar se observó y comentó más este punto ni con más amargura que en las obras teatrales de Shakespeare. Especialmente en el Rey Lear, Shakespeare nos dio una imagen o modelo del proceso de cuantificación y fragmentación, tal como iba introduciéndose en el mundo de la política y de la vida de familia. En el comienzo mismo del drama Lear presenta "nuestro más encubierto designio" como un plan de delegación de poderes y deberes.
Solamente retendremos
El nombre de rey y sus atributos.
La autoridad, las rentas y la ejecución del resto,
Amados hijos, vuestros son; y, para confirmarlo,
Repartid entre  vosotros este atuendo real.
Este acto de fragmentación y de relación despedaza a Lear, su reino y su familia. Sin embargo, "divide y gobierna" fue la nueva idea de la organización del poder en el Renacimiento. "Nuestro más encubierto designio" se remonta al propio Maquiavelo, quien desarrolló una idea individualista y cuantitativa del poder despertando en su época más temor que el que Marx ha despertado en la nuestra. Así, pues, la imprenta planteó un reto a las pautas corporativas de organización medieval, tanto como la electricidad lo plantea ahora a nuestro fragmentado individualismo.
La uniformidad y la repetibilidad del material impreso impregnaron el Renacimiento con la idea de que tiempo y espacio eran cantidades continuas mensurables. El efecto inmediato que surtió esta idea fue profanar, por igual, el mundo de la naturaleza y el mundo del poder. La nueva técnica de gobierno de los procesos materiales por segmentación y fragmentación separó a Dios y la Naturaleza tanto como al Hombre y la Naturaleza o al Hombre y al Hombre. La desagradable impresión causada por esta desviación respecto a la visión tradicional y a la percepción inclusiva se atribuyó a menudo a Maquiavelo, que no había hecho más que enunciar las nuevas ideas de fuerza cuantitativas y neutras o científicas, en cuanto son aplicables a la manipulación de los reinos.
Toda la obra de Shakespeare se ocupa de los temas de las nuevas delimitaciones del poder tanto del rey como del particular. En su época no cabía imaginar horror más grande que el espectáculo de Ricardo II, el Rey Consagrado, sufriendo las indignidades del encarcelamiento y el despojo de sus sagradas prerrogativas. Es en Troilo y Crésida donde los nuevos puntos de poder divisibles e irresponsables, tanto público como privado, se plantean en forma de cínica charada de competencia atómica:
Tomad el camino del instante; Pues el honor viaja por
senderos tan estrechos Que por ellos no transita más de
 uno a la vez; conserva
                                                               [entonces el camino
Pues la emulación tiene mil hijos. Que uno a otro se
persiguen, si los dejáis pasar. O a un lado os hacéis del
 camino derecho. Gomo alta marea todos se precipitarán
 Y atrás os dejarán...
(Acto III, escena III)
La imagen de la sociedad dividida en una masa homogénea de apetitos cuantificados ensombrece la visión de Shakespeare en sus dramas posteriores.
De las muchas consecuencias imprevistas de la tipografía, la aparición del nacionalismo es, quizá, la más conocida de todos. La unificación política de las poblaciones por medio de agrupamientos vernáculos y lingüísticos fue algo inimaginable antes de que la imprenta convirtiese cada uno de los idiomas vernáculos en un extenso medio masivo. La tribu, forma prolongada de una familia de parientes consanguíneos, explota debido a la imprenta y pasa a sustituirla una asociación de hombres homogéneamente preparados para ser individuos. El propio nacionalismo llegó en forma de una intensa imagen visual nueva del destino y condición del grupo y dependió de una velocidad del movimiento de la información que no se conocía antes de la imprenta. Hoy en día, el nacionalismo en tanto que imagen sigue dependiendo de la prensa pero tiene en contra suya todos los medios eléctricos. En los negocios como en la política, los efectos que surten las velocidades del jet hacen que los más viejos grupos nacionalistas de organización social sean inoperantes. En el Renacimiento la velocidad de la imprenta y las consiguientes novedades de mercado y comerciales dieron ser al nacionalismo (que es continuidad y competencia dentro de un espacio homogéneo), tan natural como nuevo. Por el mismo hecho las heterogeneidades y las discontinuidades no competidoras de los gremios y de la organización familiar medievales convirtiéronse en una gran molestia a medida que la aceleración de la información ocasionada por la imprenta exigía más fragmentación y uniformidad de funciones. Los Benvenuto Cellini —el orfebre-pintor-escultor-escritor-condotiero— se hicieron anticuados.
En cuanto una tecnología nueva entra en un medio social lo impregna hasta el punto de que todas sus instituciones quedan saturadas. En los últimos quinientos años la tipografía ha impregnado todas las fases de las artes y ciencias. Sería fácil documentar los procesos en que los principios de continuidad, uniformidad y repetibilidad han llegado a constituir la base del cálculo y la mercadotecnia, así como de la producción industrial, de las diversiones y de la ciencia. Baste con señalar que la repetibilidad confirió al libro impreso el nuevo y extraño carácter de mercancía a precio fijo y uniforme que abrió la puerta a los sistemas de precios. El libro impreso tuvo, además, las cualidades de ser portátil y de accesibilidad que le faltaron al manuscrito.
Directamente asociada a estas cualidades expansivas figuró la revolución en la expresión. Bajo las condiciones del manuscrito, el papel del autor era vago e inseguro como el del juglar.
Por ende, la autoexpresión tenía poco interés. La tipografía creó, sin embargo, un medio con el que era posible hablar muy alto y osadamente al mundo, del mismo modo que era posible circunnavegar el universo de los libros que antes estaba guardado bajo llave en un mundo pluralista de celdas monásticas. La osadía del tipo de imprenta creó la osadía de la expresión.
La uniformidad llegó también a zonas del habla y la escritura, lo que condujo a un tono y una actitud únicas, frente al lector y al tema, que se difundieron en toda la composición. Había nacido el "Hombre de Letras". Llevado a la palabra hablada, este tono único hizo posible que la gente letrada mantuviese en el discurso un solo "tono elevado", que fue devastador y que permitió a los prosistas del siglo xix asumir cualidades morales que muy pocos se preocuparían hoy por estimular. Lo permeable del lenguaje coloquial de una calidad literaria uniforme ha hecho tan insípido el lenguaje culto que lo ha convertido en un razonable facsímil acústico de los efectos visuales, continuos y uniformes de la tipografía. A este efecto tecnológico sigue otro más: el de que el humor, la jerga popular y el vigor dramático del habla angloamericana sean monopolio de los semiletrados.
Para muchas personas estas cuestiones tipográficas están cargadas de controversia. Sin embargo, cualquier enfoque para la comprensión de lo impreso debe mantenerse alejado de la forma en cuestión, si se observan su presión y vida típicas. Los que ahora son presa del pánico por la amenaza de los medios más nuevos y por la revolución que los mismos están forjando, revolución de alcances mucho m4s vastos que la de Gutenberg, carecen del frío desinterés visual y de la gratitud por el don más poderoso concedido al hombre occidental por el alfabetismo y la tipografía: su poder para la acción sin reacción. Es esta clase de especialización por disociación lo que ha creado el poder y la eficiencia de Occidente. Con esta disociación de la acción respecto al sentimiento y la emoción, las personas están trabadas y titubean. La imprenta enseñó al hombre a decir: "¡Al diablo con los torpedos! ¡Avante a toda máquina!"




([1] ) Marshall Mc Luhan: La comprensión de los medios como las extensiones del hombre. (Cap.13  La palabra impresa, Arquitecto del nacionalismo.)  Traducción  Ramón  Palazón.  Editorial  Diana.  S.A. México. D.F. 1969
([2])  Club-footed egyptian A's. Se refiere a una  familia tipográfica denominada egipcia, que luce extremidades alargadas,/'patines" en la jerga del oficio en español.

LA PALABRA ESCRITA (*)

LA PALABRA ESCRITA (*)
UN OJO POR UN OÍDO
Al referirse a su encuentro con la palabra escrita en sus tiempos del África Occidental, el príncipe Modupe escribía:
El lugar más atestado de la casa del padre Perry era el de los estantes para sus libros. Paulatinamente llegué a entender que los signos que había en las páginas eran palabras atrapadas. Cualquiera podía aprender a descifrar los símbolos y liberar de nuevo las palabras atrapadas, convirtiéndolas en habla. La tinta de imprenta atrapaba los pensamientos; ya no podían escapar de ahí, del mismo modo que un Dumbo no puede escapar del foso. Cuando me inundó la plena comprensión de lo que esto significaba, experimenté la misma emoción y el mismo asombro que cuando eché mi primera ojeada a las brillantes luces de Konakry. Me estremecí debido a la intensidad de mi deseo por aprender a hacer yo mismo cosa tan maravillosa.
En impresionante contraste con este afán del indígena encontramos las angustias corrientes del hombre civilizado respecto a la palabra escrita. Para algunos occidentales la palabra escrita o impresa ha pasado a ser un tema muy delicado. Es muy cierto que hoy sé escribe, imprime y lee más material que en ninguna otra época anterior, pero existe también una nueva tecnología eléctrica que amenaza a esta antigua tecnología de la instrucción que se levanta sobre el alfabeto fonético. Debido a su acción como prolongadora de nuestro sistema nervioso central, la tecnología eléctrica parece favorecer la palabra hablada, inclusiva y participante, prefiriéndola a la palabra escrita especializada. Nuestros valores occidentales, que se han levantado sobre la palabra escrita, han quedado ya considerablemente afectados por los medios eléctricos del teléfono, la radio y la televisión. Quizá sea éste el motivo por el que muchas personas muy ilustradas encuentran que en nuestra época es difícil el examen de esta cuestión sin caer en un pánico moral. Existe, además, la circunstancia de que durante más de dos mil años de saber leer y escribir el hombre occidental ha hecho muy poco para estudiar o comprender los efectos que el alfabeto fonético surte como creador de sus patrones fundamentales de cultura. Por lo tanto, es posible que el comenzar a examinar la cuestión ahora parezca producirse demasiado tarde.
Supongamos que en lugar de mostrar las barras y las estrellas escribiésemos de un lado a otro de un pedazo de tela las palabras "bandera de Estados Unidos" y que lo ondeásemos. Aunque los símbolos comunicarían idéntico significado, sería totalmente distinto. La traducción del rico mosaico visual de las barras y las estrellas a una forma escrita equivaldría a privarla de la mayor parte de sus cualidades de imagen corpórea y de experiencia a pesar de que el nexo literal abstracto seguiría siendo casi el mismo. Quizá este ejemplo sirva para sugerir el cambio que el hombre tribal experimenta cuando se alfabetiza. Casi todo el sentimiento emocional y conjunto de la familia queda eliminado, debido a su relación con su grupo social. Queda emocionalmente en libertad para separarse de la tribu y convertirse en individuo civilizado, en hombre de organización visual que tiene actitudes, hábitos y derechos uniformemente similares a los de todos los individuos civilizados.
El mito griego referente al alfabeto dice que Cadmo, rey que supuestamente introdujo en Grecia las letras fonéticas, sembró los "dientes de dragón" y que de éstos brotaron hombres armados. Al igual que cualquier otro mito, éste condensa en una visión relampagueante un prolongado desarrollo. El alfabeto significó poder, autoridad y control de las estructuras militares a distancia. Cuando se le sumó al papiro, el alfabeto significó el final de las burocracias estacionarias del templo y de los monopolios sacerdotales del saber y el poder. Distintamente a la escritura prealfabética que con sus innumerables signos resultaba difícil de dominar, fue posible aprender el alfabeto en unas pocas horas. La adquisición de un conocimiento tan extenso, de una aptitud tan compleja como la representada por la escritura prealfabética, cuando era aplicada a materiales tan difícilmente manejables como la piedra y el ladrillo, aseguraba a la casta de los escribas un monopolio de poder sacerdotal. El alfabeto, más fácil, y el papiro tan ligero, barato y transportable produjeron conjuntamente el cambio de poder transfiriéndolo de la clase sacerdotal a la militar. Todo esto viene implicado en el mito referente a Cadmo y los dientes del dragón, inclusive la caída de las ciudades-estado, y la aparición de imperios y de burocracias militares. Por lo que se refiere a las prolongaciones del hombre, el tema de los dientes del dragón del mito de Cadmo tiene una importancia primordialísima. En su Crowds and Power, Elias Canetti nos recuerda que los dientes son agentes manifiestos de poder del hombre y, en especial, de muchos animales. Los lenguajes rebosan testimonios del poder captador y devorador de los dientes así como de su precisión. Que el poder de las letras, como son agentes de un orden y precisión agresivos, deba expresarse en forma de prolongaciones de los dientes del dragón es algo natural y adecuado; los dientes resultan primordialmente visuales por su ordenamiento lineal. Las letras son iguales a los dientes no sólo visualmente sino también porque, en materia de construcción de imperios, el poder de clavar los dientes está puesto de manifiesto en nuestra historia occidental.
E1 alfabeto fonético es una tecnología única. Ha habido muchas clases de escrituras, pictográficas y silábicas, pero no hay más que un solo alfabeto fonético en el que las letras, que semánticamente carecen de sentido, se emplean para que correspondan a sonidos también carentes de significado semántico. La división tajante y el paralelismo entre el mundo visual y auditivo era cruda y carecía de sentido culturalmente hablando. La palabra escrita fonéticamente sacrifica mundos de significado y percepción que eran proporcionados por formas tales como el jeroglífico y el ideograma chino. Estas formas de escritura culturalmente más ricas no ofrecían, empero, medio alguno para pasar del mundo mágicamente discontinuo y tradicional que era el mundo tribal al frío y uniforme medio visual. Muchos siglos de usar ideogramas no han amenazado la red sin costura de las sutilezas familiares y tribales de la sociedad china. Por otra parte, al igual que hace dos mil años en la provincia de Galia, basta una sola generación de instrucción alfabética en África para que libere, al menos inicialmente, al individuo de la telaraña tribal. Este hecho no tiene nada que ver con el contenido de las palabras alfabetizadas; es resultado de la súbita ruptura entre la experiencia auditiva y la experiencia visual del hombre. Sólo el alfabeto fonético establece una división tan tajante en cuanto a experiencia, dándole a quien lo emplea un ojo a cambio de un oído y liberándole del trance tribal de la magia resonante de la palabra y de la red de la parentela.
Podría, pues, argüirse que el alfabeto fonético por sí solo es la tecnología que ha servido de medio para crear al "hombre civilizado"; los individuos separados se igualan ante un código legal escrito. La separación del individuo, la continuidad de espacio y tiempo y la uniformidad de los códigos son las mareas primordiales de las sociedades letradas y civilizadas. Al igual que las culturas de indios y chinos, las escrituras tribales pueden ser inmensamente superiores a las culturas occidentales en cuanto a extensión y delicadeza de sus percepciones y de su expresión. Sin embargo, no hemos de ocuparnos aquí de la cuestión de valores, sino de la configuración de las sociedades. Las culturas tribales no pueden mantener la posibilidad del individuo ni la del ciudadano separado. Sus ideas de espacio y tiempo no son continuas ni uniformes, sino compasivas y comprensivas por su intensidad. Es por su poder para extender las pautas de uniformidad y continuidad visual que las culturas captan el "mensaje" del alfabeto.
En su condición de intensificación y prolongación de la función visual, el alfabeto fonético rebaja el papel de los demás sentidos de oído, tacto y gusto de cualquier cultura letrada. El hecho de que esto no suceda en culturas tales como la china, que utiliza escritos no fonéticos, les permite conservar un rico acervo de percepción inclusiva con una experiencia en profundidad que tiende a quedar erosionada en las culturas civilizadas con alfabeto fonético, ya que el ideograma es una gestalt inclusiva y no una disociación analítica de sentidos y funciones como lo es la escritura fonética.
Es evidente que los logros del mundo occidental aportan el testimonio de los enormes valores de la instrucción. Pero también hay muchas personas dispuestas a objetar que nuestra estructura de tecnología especializada y nuestros valores los hemos adquirido a un precio demasiado alto. Innegablemente, la estructuración lineal de la vida nacional mediante el alfabetismo fonético nos ha inmiscuido en un conjunto entrelazado de congruencias que son suficientemente impresionantes para que justifiquen una indagación mucho más extensa que la efectuada en este capítulo. Quizá haya mejores enfoques que sigan líneas completamente diferentes; por ejemplo, la conciencia es considerada como la marca del ser racional; sin embargo, en el campo total del conocimiento que existe en cualquier momento de conciencia no hay nada lineal ni secuencial. El estado consciente no es un sistema verbal. Sin embargo, durante todos nuestros siglos de instrucción fonética hemos sido partidarios de la cadena de inferencias como la huella de la lógica y la razón. En contrasté, la escritura china inviste a cada uno de los ideogramas con una intuición total de ser y de razón que no deja más que un papel muy reducido a la secuencia visual en tanto que señal de esfuerzo y organización mental. En la sociedad letrada occidental sigue siendo todavía plausible y aceptable el decir que algo se "sigue de algo", cual si hubiese alguna causa en acción que estableciera semejante secuencia. Fue David Hume quien en el siglo XVIII demostró que ninguna secuencia natural o lógica lleva indicada causalidad alguna. Lo secuencia! no es mas que adicional y no causal. El argumento de Hume, decía Immanuel Kant, "me sacó de mi sopor dogmático". Sin embargo, ni Hume ni Kant descubrieron la causa oculta de nuestra predisposición occidental a la secuencia, en cuanto la misma es la "lógica" en la tecnología del alfabeto que todo lo invade. Hoy en día, en la era eléctrica, nos sentimos en libertad para inventar lógicas no lineales, tal como lo hacemos al establecer geometrías no euclideanas. Incluso la línea de montaje, en cuanto es método de secuencia analítica para mecanizar toda clase de construcción y producción, está cediendo hoy su lugar a nuevas formas.
Sólo las culturas alfabéticas han dominado en cualquier época las secuencias lineales permeables, entrelazadas como formas de organización síquica y social. El desmenuzamiento de toda clase de experiencias en unidades uniformes con el fin de producir una acción más rápida y el cambio de forma (conocimiento aplicado), han constituido el secreto del poder occidental sobre el hombre y la naturaleza por igual. Éste es el motivo por el cual nuestros programas industriales occidentales han sido", de modo completamente involuntario, tan militantes, y nuestros programas militares han sido tan industriales. En cuanto a su técnica de transformación y control, unos y otros están conformados por el alfabeto al hacer que todas las situaciones sean uniformes y continuas. Este procedimiento, manifiesto incluso en la fase grecorromana, pasó a ser más intenso con la uniformidad y repetición del invento de Gutenberg.
La civilización se levanta sobre el alfabetismo debido a que este último es el sistema uniforme de una cultura mediante un sentido visual extendido por el alfabeto en el espacio y el tiempo. En las culturas tribales la experiencia viene arreglada por una vida de los sentidos, dominantemente auditiva, que reprime los valores visuales. Distintamente al ojo frío y neutral, el sentido del público es hiperestésico, delicado y lo abarca todo. Las culturas orales accionan y reaccionan a un mismo tiempo. La cultura fonética aporta al hombre los medios para que reprima sus sentimientos y emociones cuando está entre-gado a la acción. Actuar sin reacciones, sin implicación, es la ventaja peculiar del letrado hombre occidental.
La novela El americano feo describe la interminable sucesión de desatinos a que llegan los norteamericanos, visuales y civilizados, cuando se enfrentan a las culturas tribales y auditivas de Oriente. Hace poco en algunas aldeas hindúes se instaló el agua corriente, con su organización lineal de tuberías, a título de experimento civilizado de la UNESCO. Muy pronto los aldeanos pidieron que se desmontaran las tuberías ya que les parecía que toda la vida social de la aldea se había empobrecido a partir del momento en que ya no era necesario que todos acudiesen al pozo comunal. Para nosotros la tubería es una ventaja material. No pensamos en ella en tanto que cultura, ni como un producto de la instrucción, como tampoco pensamos que la instrucción es instrumento de cambio de nuestros hábitos, emociones o percepciones. Para los analfabetos es preferentemente manifiesto que las comodidades más comunes representan cambios totales de la cultura.
Los rusos, menos impregnados por pautas de cultura letrada que los norteamericanos, experimentan mucha menos dificultad para percibir y avenirse a las actitudes asiáticas. Para el Occidente el alfabetismo ha sido, desde hace largo tiempo, tuberías y grifos, calles y líneas de montaje e inventarios. Quizá lo más potente de todo, en su calidad de expresión de la instrucción, sea nuestro sistema de precios fijos uniformes que penetra en mercados remotos y que acelera el movimiento de mercancías. Incluso nuestras ideas de causa y efecto, imperantes en el Occidente letrado llevan ya largo tiempo bajo la forma de cosas que son secuencia y sucesión, idea que choca a cualquier cultura tribal o auditiva como algo totalmente ridículo, algo que ha perdido su lugar primordial en nuestras nuevas disciplinas biológicas y físicas. Todos los alfabetos que están en uso en el mundo occidental, desde el ruso al de los vascos, del portugués al del Perú, se derivan de las letras grecolatinas. La separación de vista y sonido respecto a su contenido semántico y verbal hizo de ellos una tecnología sumamente radical para la traducción y homogeneización de las culturas. Todas las demás formas de escritura han servido exclusivamente a una sola cultura y han servido también para separar a esa cultura de las demás. Sólo las letras fonéticas podrían utilizarse para la traducción, aunque burda, de los sonidos de cualquier lenguaje a una clave visual única. Hoy en día el esfuerzo de los chinos por utilizar nuestras letras fonéticas en la traducción de su lenguaje ha tropezado con problemas especiales debido a las amplias variaciones tonales y los significados de sonidos similares. Esto ha llevado al procedimiento de fragmentar los monosílabos chinos en polisílabos, para que así se pueda eliminar la ambigüedad tonal. En la actualidad el alfabeto fonético occidental está trabajando para transformar los rasgos auditivos centrales de su idioma y su cultura para que también China pueda establecer las pautas lineales y visuales que dan una unidad central, un poder acumulado uniforme al trabajo y organización occidental. A medida que salimos de la era de Gutenberg, de nuestra propia cultura, podemos discernir más fácilmente sus rasgos primarios de homogeneidad, uniformidad y continuidad. Éstas fueron las características que dieron a griegos y romanos su gran ascendiente sobre los bárbaros analfabetas. El hombre bárbaro o tribal, lo mismo entonces que ahora, veíase obstaculizado por el pluralismo, la discontinuidad y la condición única de su cultura.
Resumiendo, la escritura pictográfica y jeroglífica tal como se empleó en las culturas babilónica, maya y china representa una prolongación del sentido visual para acumular y acelerar el acceso a la experiencia. Todas estas formas dan expresión pictórica a significados orales. Como tales, se aproximan a los dibujos animados y son extremadamente difíciles de emplear, ya que reclaman muchos signos para la infinidad de datos y operaciones de la acción social. En contraste, el alfabeto fonético, valiéndose solamente de unas pocas letras, fue capaz de abarcar todos los lenguajes. Sin embargo, este logro implicó la separación tanto de los signos como de los sonidos respecto a su significado semántico y dramático. Ningún otro sistema de escritura ha llevado a cabo hechos semejantes.
La misma separación de vista, sonido y significado que es peculiar del alfabeto fonético se prolonga también en sus efectos sociales y sicológicos. £1 hombre instruido sufre una gran separación de su vida imaginativa, emocional y de los sentidos, tal como lo proclamara hace ya mucho tiempo Rousseau (y más tarde los poetas y filósofos románticos). Hoy en día la simple mención de D. H. Lawrence servirá para recordar los esfuerzos que el siglo xx hizo para rebasar al hombre letrado con el fin de que recobrase su "plenitud" humana. Si el hombre occidental instruido sufre una gran disociación de su sensibilidad interna ocasionada por el uso del alfabeto, también conquista su libertad personal para disociarse del clan y la familia. Esta libertad para conformar la carrera del individuo hubo de manifestarse en la vida militar del mundo antiguo. Sus carreras estaban abiertas a los talentos de la Roma republicana lo mismo que en la Francia napoleónica y por los mismos motivos. La nueva instrucción creó un ambiente homogéneo y dúctil en el que la movilidad de los grupos armados y de las ambiciones individuales ha sido, por igual, algo tan novedoso como práctico.



[*] Marshall Mc Luhan: La comprensión de los medios como las extensiones del hombre. (Cap. 9. La página hablada.) Traducción Ramón Palazón. Editorial Diana. S.A. México. D.F. 1969

Relaciones de lenguaje, relaciones humanas

Relaciones de lenguaje, relaciones humanas
Jesús Morales

Como lengua podemos entender a aquel sistema de vocablos y medios de hablar y (ó) escribir que utilizamos en una comunidad determinada para expresarnos.
Como lenguaje podemos definir al medio que empleamos para expresar nuestras ideas y pensamientos. El lenguaje es esa facultad humana concluyente que nos hace diferentes de los animales que no tienen la capacidad de platearse preguntas determinantes sobre la vida misma. Preguntas complejas y a la vez fundamentales como ¿Quién soy?, por tan solo citar una.
Para los filósofos griegos, en ocasiones se asemejan los términos “lenguaje” y “razón”. De ahí que ser un animal racional significaba para ellos ser “un ente capaz de hablar” y al hablar se reflejaba el universo. El lenguaje, en suma era el lenguaje del ser.
En diálogo llamado Crátilo, Platón plantea la doctrina de que los nombres están naturalmente relacionados con las cosas (Heráclito) mientras que Protágoras defiende que los nombres de las cosas son convenciones hechas por el hombre.
De esa relación, entre lenguaje y realidad se desprende entonces un concepto mental y lógico: Cada nombre designa una cosa pero no menos que ella. Cualquier modificación introducida en un nombre hace de él que designe otra cosa, si le agregamos artículos, preposiciones, conjunciones, entre otras, cambia el sentido de aquello que queremos nombrar.
Sin embrago, para Wittgenstein, el lenguaje aparece primero como el impedimento para conseguir “el lenguaje ideal” en donde la estructura del lenguaje se corresponde con la realidad. Para él, lo más primario del lenguaje no es el significado sino el uso que se le da.
Para Zeidán (2007) el lenguaje fue la capacidad definitiva que distinguió a nuestra especie de las otras y nos convirtió, finalmente en humanos. No así la técnica como se venía creyendo en el pasado. Para el autor, es en el lenguaje donde está la clave de lo que somos como humanos que tenemos la capacidad de combinar palabras y frases mediante un sistema consistente o gramática que les otorga significado a la simple agregación.
El mundo de las formas coexiste, en relación íntima e inmediata con el lenguaje. Es a través de él que las palabras se convierten en mediadoras entre nosotros y la percepción de las realidades superiores o experiencias sensoriales.
Esa mediación hombre-lenguaje-mundo o lo que Román Jacobson denominaría Los problemas posibles de la relación entre el discurso y el universo del discurso es quizás la que le otorga al lenguaje ese papel fundamental en la vida humana de simbolizar, representar y comunicar.
No obstante, ese papel que tiene el lenguaje, determinante por demás, es objeto no solo de estudios sino de críticas hoy por hoy, sobre todo para nosotros los venezolanos. Rafael Cadenas (1984) en su libro En torno al lenguaje es determinante en este campo, cuando nos dice que:
(…)se puede decir que el venezolano de hoy conoce muy poco de su propia lengua. No tiene conciencia del instrumento que utiliza para expresarse. En su lenguaje, admitámoslo sin muchas vueltas, se advierte una pobreza alarmante.
Esta crítica, aunque tiene años de publicada, bien vale debatirla o más bien reflexionar acerca de su vigencia. Hoy por hoy, esa situación de deterioro del lenguaje y sus consecuencias producto del mal uso y del desconocimiento y descuido que tenemos la mayoría de los ciudadanos comunes acerca del lenguaje de su importancia vital para nuestra vida. El cuidado y el conocimiento del lenguaje no es un asunto solo de las instituciones, es además responsabilidad de cada quién que sabe y encuentra la importancia del lenguaje para nuestra vida. La descomposición que sufre el lenguaje se evidencia en el deterioro de las relaciones humanas, condicionadas o determinadas muchas veces por nuestra manera de nombrar al mundo y sus cosas, por nuestra capacidad de establecer vínculos en el mejor de los casos. El lenguaje tiene la capacidad de conciliar o desunir con daños irreparables.
He allí el papel fundamental que tienen quienes hacen vida en los medios o empresas de comunicación masiva, dándole no solo imagen sino también voz a quienes inevitablemente inciden de manera directa, enorme y proporcionalmente en multitudes de seres humanos que, a través de los diversos aparatos receptores, más que percibir, terminan padeciendo del uso del lenguaje, que muchas veces es descuidado, deformado o simplemente mal empleado en dichos medios.
Cadenas, en su texto nos recuerda, entre tantas cosas que: hablar y pensar son funciones que se vinculan de modo indisoluble, no pueden existir la una sin la otra. Además el lenguaje no solo le da su rasgo más característico al hombre, también lo configura.
No se trata pues, simplemente de teorizar, de analiza una situación que compete a la lingüística, a los intelectuales, a los literatos, a los filósofos, a los académicos y a quienes ejercen su debida cuota de responsabilidad en los medios o empresas de información y de las telecomunicaciones que en el mejor de los casos realizan una labor comunicativa. Se trata de analizar, de reflexionar, de re-pensar que el tema del lenguaje- como lo afirmó Rafael Cadenas hace varios años-pertenece al campo del espíritu y del alma del hombre mismo. Es una cuestión de humanidad.
No podemos hablar de un deterioro del lenguaje sin hablar inevitablemente de un deterioro de las relaciones humanas, de un desequilibrio que va más allá de que con el correr del tiempo los hombres mediante procesos diversos, mediante acuerdos, de manera colectiva, el hombre realiza transformaciones en el lenguaje porque las relaciones humanas y el lenguaje son resultado de procesos dinámicos que conllevan y son resultado de cambios a nivel social. No obstante, hay que diferenciar entre un mal uso (intencionado o no) del lenguaje y una convención o la adopción de un término cuyo origen tiene raíces culturales más o menos enraizadas en un contexto y un tiempo determinado.