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martes, 11 de enero de 2011

LA PALABRA IMPRESA

LA PALABRA IMPRESA
ARQUITECTO DEL NACIONALISMO ([1])
—Se dará usted cuenta, señora —dijo el doctor Johnson con una sonrisa de pugilista—, que soy muy bien educado, de una escrupulosidad innecesaria.
Cualquiera que fuese el grado de conformismo que el doctor hubiese logrado con el nuevo énfasis de su época en la meticulosidad de la camisa almidonada, se daba perfectamente cuenta de una demanda social cada vez mayor por lo que respecta a presentabilidad visual.
La impresión con tipos móviles fue la primera mecanización de un oficio complicado y pasó a ser el arquetipo de toda mecanización subsiguiente. Desde Rabelais y Tomás Moro hasta Mili y Morris, la explosión tipográfica prolongó la mente y la voz del hombre para reconstituir a escala mundial el diálogo humano, tendiendo un puente entre las edades, ya que viéndola simplemente como una acumulación de información o un medio nuevo para la rápida entrega de conocimientos, la tipografía puso fin, síquica y socialmente, al parroquialismo y al tribalismo en el espacio y en el tiempo. A decir verdad, los dos primeros siglos de imprenta con tipos movibles estuvieron mucho más motivados por el deseo de ver libros antiguos y medievales que por la necesidad de leer y escribir otros nuevos. Hasta el año 1700 más de la mitad de todos los libros impresos eran obras antiguas o medievales. No sólo la antigüedad, sino también la Edad Media, fueron ofrecidas al público lector de la palabra impresa. Y los textos medievales gozaron de la mayor popularidad.
Al igual que cualquier otra prolongación del hombre la tipografía tuvo consecuencias materiales y sociales que desplazaron súbitamente las anteriores fronteras y pautas culturales. Al fundir el mundo antiguo con el mundo medieval (o, tal como algunos dirían, al confundirlos) el libro impreso creó un tercer mundo, el mundo moderno, que ahora tropieza con una nueva tecnología eléctrica o una nueva prolongación del hombre. Los medios eléctricos para mover la información están cambiando nuestra cultura tipográfica tan radicalmente como lo impreso modificó el manuscrito medieval y la cultura escolástica.
Hace poco Beatrice Warde describía, en Alphabet, una exhibición eléctrica de letras pintadas con luz. Era un anuncio cinematográfico de Norman McLaren, del que dicha escritora se pregunta:
¿Les extrañará que esa noche llegara tarde al teatro si les digo que vi dos aes egipcias con patines[2] paseándose del brazo con el inconfundible contoneo de una pareja de cómicos de Music-Hall? Vi las patas de base puestas como si fuesen zapatillas de ballet en tal forma que las letras desfilaban literalmente "de puntillas". . . Después de catorce siglos de alfabeto necesariamente estático, vi lo que sus miembros podían hacer en la cuarta dimensión del tiempo: "fluir", moverse. Puede muy bien decirse que me sentí electrizada.
Nada podía estar más alejado de la cultura tipográfica que su "lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar".
La señora Warde ha pasado la vida dedicándose al estudio de la tipografía y muestra un tacto seguro en su asombrada respuesta a letras que no están impresas sino pintadas con luz. Tal vez bajo el impulso de la velocidad instantánea de la electricidad la explosión que comenzó con las letras fonéticas (los "dientes del dragón" que sembró el rey Cadmo) se invierta para hacerse "implosión". El alfabeto (y sus prolongaciones en la tipografía) hizo posible la difusión del poder que es el saber y rompió las ligaduras del hombre tribal, haciéndole así estallar en una aglomeración de individuos. La escritura eléctrica y la velocidad vierten sobre él, instantánea y continuamente, las preocupaciones de todos los demás hombres. Una vez más se hace tribal, la familia humana es de nuevo una tribu.
Todo estudioso de la historia social del libro impreso se siente probablemente intrigado por la falta de comprensión de los efectos síquicos y sociales de la imprenta. Son muy escasos los comentarios explícitos y la conciencia de los efectos que surte lo impreso en la sensibilidad humana, efectos que se han manifestado durante cinco siglos. Pero esta misma observación podría hacerse respecto a todas las prolongaciones del hombre, ya sean el vestido o la computadora electrónica. Toda prolongación parece ser ampliación de un órgano, un sentido o una función que inspira al sistema nervioso central un gesto auto-protector de embotamiento del área ampliada al menos en lo que respecta a la inspección directa y al conocimiento. El comentario indirecto acerca de los efectos que ha surtido el libro impreso se encuentra extensamente en las obras de Rabelais, Cervantes, Montaigne, Swift, Pope y Joyce. Todos ellos utilizaron la tipografía para crear nuevas formas de arte.
Materialmente el libro impreso, prolongación de la facultad visual, intensificó la perspectiva y el punto de vista fijo. Asociada al énfasis visual en el punto de vista y el punto de fuga que proporcionan la ilusión de la perspectiva, se produce otra ilusión: la de un espacio visual, uniforme y continuo. La precisión de la linealidad y la uniformidad del arreglo de los tipos móviles son inseparables de estas grandes formas e innovaciones culturales de la experiencia renacentista. La nueva intensidad del énfasis visual y del punto de vista particular durante el primer siglo de la imprenta se unieron a los medios de autoexpresión que la prolongación tipográfica del hombre hizo posibles.
Socialmente la prolongación tipográfica del hombre trajo consigo el nacionalismo, el industrialismo, los mercados en masa y la alfabetización y educación universales, puesto que lo impreso presentó una imagen de precisión repetible inspiradora de formas totalmente nuevas para prolongar las energías sociales. La imprenta liberó grandes energías síquicas y sociales durante el Renacimiento, tal como lo hace hoy en Japón o en Rusia al desprender al individuo del grupo tradicional mientras proporciona un modelo de cómo sumar un individuo a otro en una masiva aglomeración de poder. Este mismo espíritu de empresa privada, que dio a autores y artistas la osadía con que cultivaron la autoexpresión, llevó a otros hombres a crear corporaciones gigantescas tanto militares como comerciales.
Quizá el más significativo de los dones que la tipografía ha dado al hombre es el desinterés y la exclusión: el poder de actuar sin reaccionar. A partir del Renacimiento, la ciencia ha exaltado este don que llegó a ser un obstáculo en la era eléctrica, donde todas las personas están siempre implicadas en todas las demás. La misma palabra "desinteresado", que ex-presa el desprendimiento más altivo y la integridad ética del hombre tipográfico, amplió su significado en el curso de la última década: "Nada podía importarle menos". La misma integridad que indica la expresión "desinteresado" como señal distintiva del temperamento científico y docto de una sociedad letrada e ilustrada, está siendo ahora cada vez más repudiado en cuanto puede significar "especialización" y fragmentación del saber y la sensibilidad. El poder fragmentador y analítico que la palabra impresa ejerce en nuestra vida síquica nos produce la "disociación de la sensibilidad" que, a partir de Cézanne y Baudelaire, ha gozado en las artes y la literatura de una alta prioridad para su eliminación de cualquier programa de reforma de gustos y el saber. En la "implosión" de la era eléctrica la separación entre pensamiento y sentimiento ha llegado a parecer tan extraña como la departamentalización del saber en las escuelas y universidades. Sin embargo, fue precisamente el poder de separar el pensamiento y el sentimiento, de ser capaz de acción sin reacción lo que desprendió al hombre letrado del mundo tribal, con sus lazos familiares en la vida privada y social.
La tipografía no fue añadida al arte escritural tal como el automóvil no lo fue al caballo. La imprenta tuvo, en sus primeras décadas, su fase de "coche sin caballos" cuando se concibió y aplicó erróneamente y cuando no tenía nada raro que el comprador de un libro impreso lo llevara a un amanuense para copiarlo e ilustrarlo. A comienzos del siglo XVIII los "libros de texto" eran clasificados así: "De autor clásico escrito por los estudiantes dejando lugar para la interpretación que dicte el maestro, la que podrá insertarse entre líneas" (Oxford English Dictionary). Antes de la imprenta en las aulas de las escuelas y universidades, la mayor parte del tiempo se iba haciendo estos textos. El aula tendía a ser un scriptorium comentado. El estudiante era un redactor-editor. Por esto mismo el mercado de libros era un mercado de segunda mano con artículos relativamente escasos. La imprenta cambió por igual el proceso de aprender y el de la mercadotecnia. El libro fue la primera máquina de enseñanza y también la primera mercancía producida en serie. Al ampliar y prolongar la palabra escrita, la tipografía puso al descubierto y divulgó ampliamente la estructura de la escritura. Hoy en día, con el cine y la aceleración-eléctrica del movimiento de la información, la estructura formal de la palabra impresa, así como de los mecanismos en general, se destaca como un tronco que la resaca ha arrojado en la playa. Un medio nuevo no es jamás un añadido a un medio viejo. Ni tampoco deja en paz al viejo. Jamás deja de oprimir a los medios más viejos, hasta que encuentra nuevas formas y posiciones para ellos. La cultura manuscrita había sostenido un procedimiento oral de educación que en sus niveles más altos se llamó "escolástico"; pero, al enfrentar el mismo texto a cualquier número de estudiantes o lectores, la imprenta puso fin al régimen escolástico de discusión oral. La imprenta proporcionó una vasta y nueva memoria para los escritores pretéritos, haciendo inadecuada la memoria personal.
Margaret Mead ha dado cuenta de que, cuando llevó varios ejemplares del mismo libro a una isla del Pacífico hubo gran emoción. Los indígenas habían visto libros pero solamente un ejemplar de cada uno, por lo que habían supuesto que cada libro era único. Su asombro ante el carácter idéntico de varios libros fue una respuesta natural a lo que, al fin de cuentas, es el aspecto más mágico y poderoso de la imprenta y la producción en serie que implica un principio de prolongación por homogeneización y la clave para la comprensión del poderío occidental. La sociedad abierta es abierta en virtud de un tratamiento educativo tipográfico que permite la expansión indefinida de cualquier grupo valiéndose de medios que se suman. El libro impreso, basado en la uniformidad y repetibilidac1 tipográficas en el orden visual, fue la primera máquina maestra, del mismo modo que la tipografía fue la primera mecanización de un oficio. Sin embargo y a pesar de la extrema fragmentación o especialización de la acción humana necesaria para alcanzar la palabra impresa, el libro impreso representa un rico producto compuesto de los inventos culturales anteriores. El esfuerzo total queda encarnado en el libro ilustrado impreso, brindando un ejemplo notable de la variedad de actos aislados de invención que son necesarios para obtener un nuevo resuItado tecnológico.
Las consecuencias síquicas y sociales de la imprenta incluyeron una prolongación de su carácter fusionable y uniforme hasta llegar a la homogeneización de diversas regiones con la consiguiente ampliación de poderío, energía y agresión que asociamos a los nuevos nacionalismos. Síquicamente la prolongación visual y amplificación del individuo causadas por la imprenta surtió muchos efectos. Quizá tan impresionante como cualquier otro sea el que menciona el señor E. M. Forster al hablar de algunos tipos del Renacimiento, sugiriendo que: "La prensa de imprimir, que entonces sólo tenía un siglo, se tomó equivocadamente como una máquina de inmortalidad y los hombres precipitáronse a sacrificarle obras y pasiones en beneficio de los tiempos por venir". La gente comenzó a actuar como si la inmortalidad fuese algo inherente a la mágica repetibilidad y a las prolongaciones del libro impreso.
Otro aspecto significativo de la uniformidad y repetibilidad de la página impresa fue la presión que ejerció a favor de una ortografía, una sintaxis y una pronunciación "correctas". Fueron aún más notables los efectos que la imprenta surtió en cuanto a separar la poesía de la canción, la prosa de la oratoria y el habla popular del habla educada. En cuanto a la poesía, puesto que podía ser leída sin ser escuchada, los instrumentos musicales también podían tocarse sin acompañamiento de verso alguno. La música apartóse de la palabra hablada para convergir de nuevo en ella con Bartok y Schoenberg.
Con la tipografía el proceso de separación (o explosión) de las funciones siguió adelante rápidamente en todos los niveles y todas las esferas. En ningún lugar se observó y comentó más este punto ni con más amargura que en las obras teatrales de Shakespeare. Especialmente en el Rey Lear, Shakespeare nos dio una imagen o modelo del proceso de cuantificación y fragmentación, tal como iba introduciéndose en el mundo de la política y de la vida de familia. En el comienzo mismo del drama Lear presenta "nuestro más encubierto designio" como un plan de delegación de poderes y deberes.
Solamente retendremos
El nombre de rey y sus atributos.
La autoridad, las rentas y la ejecución del resto,
Amados hijos, vuestros son; y, para confirmarlo,
Repartid entre  vosotros este atuendo real.
Este acto de fragmentación y de relación despedaza a Lear, su reino y su familia. Sin embargo, "divide y gobierna" fue la nueva idea de la organización del poder en el Renacimiento. "Nuestro más encubierto designio" se remonta al propio Maquiavelo, quien desarrolló una idea individualista y cuantitativa del poder despertando en su época más temor que el que Marx ha despertado en la nuestra. Así, pues, la imprenta planteó un reto a las pautas corporativas de organización medieval, tanto como la electricidad lo plantea ahora a nuestro fragmentado individualismo.
La uniformidad y la repetibilidad del material impreso impregnaron el Renacimiento con la idea de que tiempo y espacio eran cantidades continuas mensurables. El efecto inmediato que surtió esta idea fue profanar, por igual, el mundo de la naturaleza y el mundo del poder. La nueva técnica de gobierno de los procesos materiales por segmentación y fragmentación separó a Dios y la Naturaleza tanto como al Hombre y la Naturaleza o al Hombre y al Hombre. La desagradable impresión causada por esta desviación respecto a la visión tradicional y a la percepción inclusiva se atribuyó a menudo a Maquiavelo, que no había hecho más que enunciar las nuevas ideas de fuerza cuantitativas y neutras o científicas, en cuanto son aplicables a la manipulación de los reinos.
Toda la obra de Shakespeare se ocupa de los temas de las nuevas delimitaciones del poder tanto del rey como del particular. En su época no cabía imaginar horror más grande que el espectáculo de Ricardo II, el Rey Consagrado, sufriendo las indignidades del encarcelamiento y el despojo de sus sagradas prerrogativas. Es en Troilo y Crésida donde los nuevos puntos de poder divisibles e irresponsables, tanto público como privado, se plantean en forma de cínica charada de competencia atómica:
Tomad el camino del instante; Pues el honor viaja por
senderos tan estrechos Que por ellos no transita más de
 uno a la vez; conserva
                                                               [entonces el camino
Pues la emulación tiene mil hijos. Que uno a otro se
persiguen, si los dejáis pasar. O a un lado os hacéis del
 camino derecho. Gomo alta marea todos se precipitarán
 Y atrás os dejarán...
(Acto III, escena III)
La imagen de la sociedad dividida en una masa homogénea de apetitos cuantificados ensombrece la visión de Shakespeare en sus dramas posteriores.
De las muchas consecuencias imprevistas de la tipografía, la aparición del nacionalismo es, quizá, la más conocida de todos. La unificación política de las poblaciones por medio de agrupamientos vernáculos y lingüísticos fue algo inimaginable antes de que la imprenta convirtiese cada uno de los idiomas vernáculos en un extenso medio masivo. La tribu, forma prolongada de una familia de parientes consanguíneos, explota debido a la imprenta y pasa a sustituirla una asociación de hombres homogéneamente preparados para ser individuos. El propio nacionalismo llegó en forma de una intensa imagen visual nueva del destino y condición del grupo y dependió de una velocidad del movimiento de la información que no se conocía antes de la imprenta. Hoy en día, el nacionalismo en tanto que imagen sigue dependiendo de la prensa pero tiene en contra suya todos los medios eléctricos. En los negocios como en la política, los efectos que surten las velocidades del jet hacen que los más viejos grupos nacionalistas de organización social sean inoperantes. En el Renacimiento la velocidad de la imprenta y las consiguientes novedades de mercado y comerciales dieron ser al nacionalismo (que es continuidad y competencia dentro de un espacio homogéneo), tan natural como nuevo. Por el mismo hecho las heterogeneidades y las discontinuidades no competidoras de los gremios y de la organización familiar medievales convirtiéronse en una gran molestia a medida que la aceleración de la información ocasionada por la imprenta exigía más fragmentación y uniformidad de funciones. Los Benvenuto Cellini —el orfebre-pintor-escultor-escritor-condotiero— se hicieron anticuados.
En cuanto una tecnología nueva entra en un medio social lo impregna hasta el punto de que todas sus instituciones quedan saturadas. En los últimos quinientos años la tipografía ha impregnado todas las fases de las artes y ciencias. Sería fácil documentar los procesos en que los principios de continuidad, uniformidad y repetibilidad han llegado a constituir la base del cálculo y la mercadotecnia, así como de la producción industrial, de las diversiones y de la ciencia. Baste con señalar que la repetibilidad confirió al libro impreso el nuevo y extraño carácter de mercancía a precio fijo y uniforme que abrió la puerta a los sistemas de precios. El libro impreso tuvo, además, las cualidades de ser portátil y de accesibilidad que le faltaron al manuscrito.
Directamente asociada a estas cualidades expansivas figuró la revolución en la expresión. Bajo las condiciones del manuscrito, el papel del autor era vago e inseguro como el del juglar.
Por ende, la autoexpresión tenía poco interés. La tipografía creó, sin embargo, un medio con el que era posible hablar muy alto y osadamente al mundo, del mismo modo que era posible circunnavegar el universo de los libros que antes estaba guardado bajo llave en un mundo pluralista de celdas monásticas. La osadía del tipo de imprenta creó la osadía de la expresión.
La uniformidad llegó también a zonas del habla y la escritura, lo que condujo a un tono y una actitud únicas, frente al lector y al tema, que se difundieron en toda la composición. Había nacido el "Hombre de Letras". Llevado a la palabra hablada, este tono único hizo posible que la gente letrada mantuviese en el discurso un solo "tono elevado", que fue devastador y que permitió a los prosistas del siglo xix asumir cualidades morales que muy pocos se preocuparían hoy por estimular. Lo permeable del lenguaje coloquial de una calidad literaria uniforme ha hecho tan insípido el lenguaje culto que lo ha convertido en un razonable facsímil acústico de los efectos visuales, continuos y uniformes de la tipografía. A este efecto tecnológico sigue otro más: el de que el humor, la jerga popular y el vigor dramático del habla angloamericana sean monopolio de los semiletrados.
Para muchas personas estas cuestiones tipográficas están cargadas de controversia. Sin embargo, cualquier enfoque para la comprensión de lo impreso debe mantenerse alejado de la forma en cuestión, si se observan su presión y vida típicas. Los que ahora son presa del pánico por la amenaza de los medios más nuevos y por la revolución que los mismos están forjando, revolución de alcances mucho m4s vastos que la de Gutenberg, carecen del frío desinterés visual y de la gratitud por el don más poderoso concedido al hombre occidental por el alfabetismo y la tipografía: su poder para la acción sin reacción. Es esta clase de especialización por disociación lo que ha creado el poder y la eficiencia de Occidente. Con esta disociación de la acción respecto al sentimiento y la emoción, las personas están trabadas y titubean. La imprenta enseñó al hombre a decir: "¡Al diablo con los torpedos! ¡Avante a toda máquina!"




([1] ) Marshall Mc Luhan: La comprensión de los medios como las extensiones del hombre. (Cap.13  La palabra impresa, Arquitecto del nacionalismo.)  Traducción  Ramón  Palazón.  Editorial  Diana.  S.A. México. D.F. 1969
([2])  Club-footed egyptian A's. Se refiere a una  familia tipográfica denominada egipcia, que luce extremidades alargadas,/'patines" en la jerga del oficio en español.

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