UN OJO POR UN OÍDO
Al referirse a su encuentro con la palabra escrita en sus tiempos del África Occidental, el príncipe Modupe escribía:
El lugar más atestado de la casa del padre Perry era el de los estantes para sus libros. Paulatinamente llegué a entender que los signos que había en las páginas eran palabras atrapadas. Cualquiera podía aprender a descifrar los símbolos y liberar de nuevo las palabras atrapadas, convirtiéndolas en habla. La tinta de imprenta atrapaba los pensamientos; ya no podían escapar de ahí, del mismo modo que un Dumbo no puede escapar del foso. Cuando me inundó la plena comprensión de lo que esto significaba, experimenté la misma emoción y el mismo asombro que cuando eché mi primera ojeada a las brillantes luces de Konakry. Me estremecí debido a la intensidad de mi deseo por aprender a hacer yo mismo cosa tan maravillosa.
En impresionante contraste con este afán del indígena encontramos las angustias corrientes del hombre civilizado respecto a la palabra escrita. Para algunos occidentales la palabra escrita o impresa ha pasado a ser un tema muy delicado. Es muy cierto que hoy sé escribe, imprime y lee más material que en ninguna otra época anterior, pero existe también una nueva tecnología eléctrica que amenaza a esta antigua tecnología de la instrucción que se levanta sobre el alfabeto fonético. Debido a su acción como prolongadora de nuestro sistema nervioso central, la tecnología eléctrica parece favorecer la palabra hablada, inclusiva y participante, prefiriéndola a la palabra escrita especializada. Nuestros valores occidentales, que se han levantado sobre la palabra escrita, han quedado ya considerablemente afectados por los medios eléctricos del teléfono, la radio y la televisión. Quizá sea éste el motivo por el que muchas personas muy ilustradas encuentran que en nuestra época es difícil el examen de esta cuestión sin caer en un pánico moral. Existe, además, la circunstancia de que durante más de dos mil años de saber leer y escribir el hombre occidental ha hecho muy poco para estudiar o comprender los efectos que el alfabeto fonético surte como creador de sus patrones fundamentales de cultura. Por lo tanto, es posible que el comenzar a examinar la cuestión ahora parezca producirse demasiado tarde.
Supongamos que en lugar de mostrar las barras y las estrellas escribiésemos de un lado a otro de un pedazo de tela las palabras "bandera de Estados Unidos" y que lo ondeásemos. Aunque los símbolos comunicarían idéntico significado, sería totalmente distinto. La traducción del rico mosaico visual de las barras y las estrellas a una forma escrita equivaldría a privarla de la mayor parte de sus cualidades de imagen corpórea y de experiencia a pesar de que el nexo literal abstracto seguiría siendo casi el mismo. Quizá este ejemplo sirva para sugerir el cambio que el hombre tribal experimenta cuando se alfabetiza. Casi todo el sentimiento emocional y conjunto de la familia queda eliminado, debido a su relación con su grupo social. Queda emocionalmente en libertad para separarse de la tribu y convertirse en individuo civilizado, en hombre de organización visual que tiene actitudes, hábitos y derechos uniformemente similares a los de todos los individuos civilizados.
El mito griego referente al alfabeto dice que Cadmo, rey que supuestamente introdujo en Grecia las letras fonéticas, sembró los "dientes de dragón" y que de éstos brotaron hombres armados. Al igual que cualquier otro mito, éste condensa en una visión relampagueante un prolongado desarrollo. El alfabeto significó poder, autoridad y control de las estructuras militares a distancia. Cuando se le sumó al papiro, el alfabeto significó el final de las burocracias estacionarias del templo y de los monopolios sacerdotales del saber y el poder. Distintamente a la escritura prealfabética que con sus innumerables signos resultaba difícil de dominar, fue posible aprender el alfabeto en unas pocas horas. La adquisición de un conocimiento tan extenso, de una aptitud tan compleja como la representada por la escritura prealfabética, cuando era aplicada a materiales tan difícilmente manejables como la piedra y el ladrillo, aseguraba a la casta de los escribas un monopolio de poder sacerdotal. El alfabeto, más fácil, y el papiro tan ligero, barato y transportable produjeron conjuntamente el cambio de poder transfiriéndolo de la clase sacerdotal a la militar. Todo esto viene implicado en el mito referente a Cadmo y los dientes del dragón, inclusive la caída de las ciudades-estado, y la aparición de imperios y de burocracias militares. Por lo que se refiere a las prolongaciones del hombre, el tema de los dientes del dragón del mito de Cadmo tiene una importancia primordialísima. En su Crowds and Power, Elias Canetti nos recuerda que los dientes son agentes manifiestos de poder del hombre y, en especial, de muchos animales. Los lenguajes rebosan testimonios del poder captador y devorador de los dientes así como de su precisión. Que el poder de las letras, como son agentes de un orden y precisión agresivos, deba expresarse en forma de prolongaciones de los dientes del dragón es algo natural y adecuado; los dientes resultan primordialmente visuales por su ordenamiento lineal. Las letras son iguales a los dientes no sólo visualmente sino también porque, en materia de construcción de imperios, el poder de clavar los dientes está puesto de manifiesto en nuestra historia occidental.
E1 alfabeto fonético es una tecnología única. Ha habido muchas clases de escrituras, pictográficas y silábicas, pero no hay más que un solo alfabeto fonético en el que las letras, que semánticamente carecen de sentido, se emplean para que correspondan a sonidos también carentes de significado semántico. La división tajante y el paralelismo entre el mundo visual y auditivo era cruda y carecía de sentido culturalmente hablando. La palabra escrita fonéticamente sacrifica mundos de significado y percepción que eran proporcionados por formas tales como el jeroglífico y el ideograma chino. Estas formas de escritura culturalmente más ricas no ofrecían, empero, medio alguno para pasar del mundo mágicamente discontinuo y tradicional que era el mundo tribal al frío y uniforme medio visual. Muchos siglos de usar ideogramas no han amenazado la red sin costura de las sutilezas familiares y tribales de la sociedad china. Por otra parte, al igual que hace dos mil años en la provincia de Galia, basta una sola generación de instrucción alfabética en África para que libere, al menos inicialmente, al individuo de la telaraña tribal. Este hecho no tiene nada que ver con el contenido de las palabras alfabetizadas; es resultado de la súbita ruptura entre la experiencia auditiva y la experiencia visual del hombre. Sólo el alfabeto fonético establece una división tan tajante en cuanto a experiencia, dándole a quien lo emplea un ojo a cambio de un oído y liberándole del trance tribal de la magia resonante de la palabra y de la red de la parentela.
Podría, pues, argüirse que el alfabeto fonético por sí solo es la tecnología que ha servido de medio para crear al "hombre civilizado"; los individuos separados se igualan ante un código legal escrito. La separación del individuo, la continuidad de espacio y tiempo y la uniformidad de los códigos son las mareas primordiales de las sociedades letradas y civilizadas. Al igual que las culturas de indios y chinos, las escrituras tribales pueden ser inmensamente superiores a las culturas occidentales en cuanto a extensión y delicadeza de sus percepciones y de su expresión. Sin embargo, no hemos de ocuparnos aquí de la cuestión de valores, sino de la configuración de las sociedades. Las culturas tribales no pueden mantener la posibilidad del individuo ni la del ciudadano separado. Sus ideas de espacio y tiempo no son continuas ni uniformes, sino compasivas y comprensivas por su intensidad. Es por su poder para extender las pautas de uniformidad y continuidad visual que las culturas captan el "mensaje" del alfabeto.
En su condición de intensificación y prolongación de la función visual, el alfabeto fonético rebaja el papel de los demás sentidos de oído, tacto y gusto de cualquier cultura letrada. El hecho de que esto no suceda en culturas tales como la china, que utiliza escritos no fonéticos, les permite conservar un rico acervo de percepción inclusiva con una experiencia en profundidad que tiende a quedar erosionada en las culturas civilizadas con alfabeto fonético, ya que el ideograma es una gestalt inclusiva y no una disociación analítica de sentidos y funciones como lo es la escritura fonética.
Es evidente que los logros del mundo occidental aportan el testimonio de los enormes valores de la instrucción. Pero también hay muchas personas dispuestas a objetar que nuestra estructura de tecnología especializada y nuestros valores los hemos adquirido a un precio demasiado alto. Innegablemente, la estructuración lineal de la vida nacional mediante el alfabetismo fonético nos ha inmiscuido en un conjunto entrelazado de congruencias que son suficientemente impresionantes para que justifiquen una indagación mucho más extensa que la efectuada en este capítulo. Quizá haya mejores enfoques que sigan líneas completamente diferentes; por ejemplo, la conciencia es considerada como la marca del ser racional; sin embargo, en el campo total del conocimiento que existe en cualquier momento de conciencia no hay nada lineal ni secuencial. El estado consciente no es un sistema verbal. Sin embargo, durante todos nuestros siglos de instrucción fonética hemos sido partidarios de la cadena de inferencias como la huella de la lógica y la razón. En contrasté, la escritura china inviste a cada uno de los ideogramas con una intuición total de ser y de razón que no deja más que un papel muy reducido a la secuencia visual en tanto que señal de esfuerzo y organización mental. En la sociedad letrada occidental sigue siendo todavía plausible y aceptable el decir que algo se "sigue de algo", cual si hubiese alguna causa en acción que estableciera semejante secuencia. Fue David Hume quien en el siglo XVIII demostró que ninguna secuencia natural o lógica lleva indicada causalidad alguna. Lo secuencia! no es mas que adicional y no causal. El argumento de Hume, decía Immanuel Kant, "me sacó de mi sopor dogmático". Sin embargo, ni Hume ni Kant descubrieron la causa oculta de nuestra predisposición occidental a la secuencia, en cuanto la misma es la "lógica" en la tecnología del alfabeto que todo lo invade. Hoy en día, en la era eléctrica, nos sentimos en libertad para inventar lógicas no lineales, tal como lo hacemos al establecer geometrías no euclideanas. Incluso la línea de montaje, en cuanto es método de secuencia analítica para mecanizar toda clase de construcción y producción, está cediendo hoy su lugar a nuevas formas.
Sólo las culturas alfabéticas han dominado en cualquier época las secuencias lineales permeables, entrelazadas como formas de organización síquica y social. El desmenuzamiento de toda clase de experiencias en unidades uniformes con el fin de producir una acción más rápida y el cambio de forma (conocimiento aplicado), han constituido el secreto del poder occidental sobre el hombre y la naturaleza por igual. Éste es el motivo por el cual nuestros programas industriales occidentales han sido", de modo completamente involuntario, tan militantes, y nuestros programas militares han sido tan industriales. En cuanto a su técnica de transformación y control, unos y otros están conformados por el alfabeto al hacer que todas las situaciones sean uniformes y continuas. Este procedimiento, manifiesto incluso en la fase grecorromana, pasó a ser más intenso con la uniformidad y repetición del invento de Gutenberg.
La civilización se levanta sobre el alfabetismo debido a que este último es el sistema uniforme de una cultura mediante un sentido visual extendido por el alfabeto en el espacio y el tiempo. En las culturas tribales la experiencia viene arreglada por una vida de los sentidos, dominantemente auditiva, que reprime los valores visuales. Distintamente al ojo frío y neutral, el sentido del público es hiperestésico, delicado y lo abarca todo. Las culturas orales accionan y reaccionan a un mismo tiempo. La cultura fonética aporta al hombre los medios para que reprima sus sentimientos y emociones cuando está entre-gado a la acción. Actuar sin reacciones, sin implicación, es la ventaja peculiar del letrado hombre occidental.
La novela El americano feo describe la interminable sucesión de desatinos a que llegan los norteamericanos, visuales y civilizados, cuando se enfrentan a las culturas tribales y auditivas de Oriente. Hace poco en algunas aldeas hindúes se instaló el agua corriente, con su organización lineal de tuberías, a título de experimento civilizado de la UNESCO. Muy pronto los aldeanos pidieron que se desmontaran las tuberías ya que les parecía que toda la vida social de la aldea se había empobrecido a partir del momento en que ya no era necesario que todos acudiesen al pozo comunal. Para nosotros la tubería es una ventaja material. No pensamos en ella en tanto que cultura, ni como un producto de la instrucción, como tampoco pensamos que la instrucción es instrumento de cambio de nuestros hábitos, emociones o percepciones. Para los analfabetos es preferentemente manifiesto que las comodidades más comunes representan cambios totales de la cultura.
Los rusos, menos impregnados por pautas de cultura letrada que los norteamericanos, experimentan mucha menos dificultad para percibir y avenirse a las actitudes asiáticas. Para el Occidente el alfabetismo ha sido, desde hace largo tiempo, tuberías y grifos, calles y líneas de montaje e inventarios. Quizá lo más potente de todo, en su calidad de expresión de la instrucción, sea nuestro sistema de precios fijos uniformes que penetra en mercados remotos y que acelera el movimiento de mercancías. Incluso nuestras ideas de causa y efecto, imperantes en el Occidente letrado llevan ya largo tiempo bajo la forma de cosas que son secuencia y sucesión, idea que choca a cualquier cultura tribal o auditiva como algo totalmente ridículo, algo que ha perdido su lugar primordial en nuestras nuevas disciplinas biológicas y físicas. Todos los alfabetos que están en uso en el mundo occidental, desde el ruso al de los vascos, del portugués al del Perú, se derivan de las letras grecolatinas. La separación de vista y sonido respecto a su contenido semántico y verbal hizo de ellos una tecnología sumamente radical para la traducción y homogeneización de las culturas. Todas las demás formas de escritura han servido exclusivamente a una sola cultura y han servido también para separar a esa cultura de las demás. Sólo las letras fonéticas podrían utilizarse para la traducción, aunque burda, de los sonidos de cualquier lenguaje a una clave visual única. Hoy en día el esfuerzo de los chinos por utilizar nuestras letras fonéticas en la traducción de su lenguaje ha tropezado con problemas especiales debido a las amplias variaciones tonales y los significados de sonidos similares. Esto ha llevado al procedimiento de fragmentar los monosílabos chinos en polisílabos, para que así se pueda eliminar la ambigüedad tonal. En la actualidad el alfabeto fonético occidental está trabajando para transformar los rasgos auditivos centrales de su idioma y su cultura para que también China pueda establecer las pautas lineales y visuales que dan una unidad central, un poder acumulado uniforme al trabajo y organización occidental. A medida que salimos de la era de Gutenberg, de nuestra propia cultura, podemos discernir más fácilmente sus rasgos primarios de homogeneidad, uniformidad y continuidad. Éstas fueron las características que dieron a griegos y romanos su gran ascendiente sobre los bárbaros analfabetas. El hombre bárbaro o tribal, lo mismo entonces que ahora, veíase obstaculizado por el pluralismo, la discontinuidad y la condición única de su cultura.
Resumiendo, la escritura pictográfica y jeroglífica tal como se empleó en las culturas babilónica, maya y china representa una prolongación del sentido visual para acumular y acelerar el acceso a la experiencia. Todas estas formas dan expresión pictórica a significados orales. Como tales, se aproximan a los dibujos animados y son extremadamente difíciles de emplear, ya que reclaman muchos signos para la infinidad de datos y operaciones de la acción social. En contraste, el alfabeto fonético, valiéndose solamente de unas pocas letras, fue capaz de abarcar todos los lenguajes. Sin embargo, este logro implicó la separación tanto de los signos como de los sonidos respecto a su significado semántico y dramático. Ningún otro sistema de escritura ha llevado a cabo hechos semejantes.
La misma separación de vista, sonido y significado que es peculiar del alfabeto fonético se prolonga también en sus efectos sociales y sicológicos. £1 hombre instruido sufre una gran separación de su vida imaginativa, emocional y de los sentidos, tal como lo proclamara hace ya mucho tiempo Rousseau (y más tarde los poetas y filósofos románticos). Hoy en día la simple mención de D. H. Lawrence servirá para recordar los esfuerzos que el siglo xx hizo para rebasar al hombre letrado con el fin de que recobrase su "plenitud" humana. Si el hombre occidental instruido sufre una gran disociación de su sensibilidad interna ocasionada por el uso del alfabeto, también conquista su libertad personal para disociarse del clan y la familia. Esta libertad para conformar la carrera del individuo hubo de manifestarse en la vida militar del mundo antiguo. Sus carreras estaban abiertas a los talentos de la Roma republicana lo mismo que en la Francia napoleónica y por los mismos motivos. La nueva instrucción creó un ambiente homogéneo y dúctil en el que la movilidad de los grupos armados y de las ambiciones individuales ha sido, por igual, algo tan novedoso como práctico.
[*] Marshall Mc Luhan: La comprensión de los medios como las extensiones del hombre. (Cap. 9. La página hablada.) Traducción Ramón Palazón. Editorial Diana. S.A. México. D.F. 1969
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